Notas
acerca de la historia desde el umbral del siglo XXI |
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Manuel Muñoz
Ibáñez |
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Doscientos años después
de la Conquista, la ciudad de Valencia se convirtió en la más importante
de la Corona de Aragón y en uno de los centros cívicos y comerciales más
importantes de Europa. Una cuestión que se debió a la confluencia de
múltiples circunstancias políticas y mercantiles y entre las que jugó un
importante papel la posibilidad de evolucionar del Grao hasta
convertirse en el puerto peninsular más importante del Mediterráneo,
construyendo almacenes, atarazanas, un camino accesible para la ciudad y
agua para abastecer a las embarcaciones, transformándose en el lugar de
tránsito de los productos de y para la Corona de Aragón y de Castilla,
de tal suerte que en la ciudad se instalaron los representantes de los
navieros más destacados, al mismo tiempo que era un epicentro para la
contratación de los seguros de transporte marítimo.
En el año 1425 fondearon en el Grao 741 barcos y se calcula que el movimiento de mercancías se aproximaba a las 25.000 toneladas y donde a través de pequeñas embarcaciones de cabotaje se redistribuían mercancías a los puertos de Vinaroz, Benicarló, Peñíscola, Denia y Alicante (ciudad que tenía unas buenas instalaciones portuarias y comerciaba con Mallorca) formando una red económica próspera y cohesionada, habida cuenta de que en aquellos tiempos la inmensa mayoría del transporte se realizaba por mar. Quiere esto decir, que por las calles de la ciudad se hablaban múltiples lenguas y que las exportaciones de los productos del reino tenían en el puerto el lugar más importante de embarque: Arroz, higos, aceite, pasa, vino, frutos secos, cueros trabajados, cerámica decorada, lana, tejidos de seda y de lana, muebles… En aquel espacio cosmopolita de la baja edad media se estaba produciendo un cambio significativo: los territorios feudales amplios y en cierto modo esparcidos, dejaban paso a la conformación de grandes ciudades en las que no sólo habitaba la mayor parte de la aristocracia sino que se concentraba el poder económico y político. Era el momento crucial en el que la ciudad, como símbolo de los reinos, acentuaba su potencia cívica permitiendo desarrollar una burguesía que acabó disponiendo de una ingente cantidad de recursos económicos a través del comercio, de la artesanía y de los productos manufacturados, ámbitos en los que la nobleza no podía participar. Fue precisamente este crecimiento de la burguesía urbana y el incremento de las comunicaciones marítimas lo que marcó el futuro de muchas ciudades en las que además ejercían en el reparto de poderes, la Corona, la nobleza y la Iglesia. Cuando en un periodo de tiempo un conjunto de elementos positivos cristalizan en un espacio concreto, la ciudad se convierte en un lugar poderoso que se proyecta de un modo inevitable y al mismo tiempo se reviste de elementos simbólicos que acrecienten, todavía más si cabe, su ascendente identidad. Esto pasó en Valencia durante el siglo XV en el que se produjo una importante transformación urbana acompañada de una impresionante construcción monumental. Construir una ciudad gótica, no podemos olvidar que era configurar una ciudad moderna con arquitecturas atrevidas en las que se incrementaban los espacios luminosos, se realizaban bóvedas inverosímiles, escaleras de facturas matemáticas y donde la talla de la piedra –lo que luego fue conocido como estereotomía- alcanzó un dominio que nunca se había conocido con anterioridad. La ciudad gótica que se había iniciado poco después de la Conquista, albergaba en el cuatrocientos, los influjos de la pintura flamenca y la literatura tardomedieval y fue tal su ascendencia que posibilitó la existencia de dos papas (Calixto III y Alejandro VI) y de un santo: Vicente Ferrer. Valencia llegó a convertirse en una ciudad donde gustaban los excesos. En la moda, en la arquitectura palaciega y suntuaria, en los ritos eclesiásticos y en las fiestas populares. Cuando la inmensa mayoría de las construcciones tenía tan sólo planta baja y como mucho una sola altura, se construyeron los palacios de los nobles, se comenzó el Palau de la Generalitat las torres de Quart, se amplió Santo Domingo, el convento de la Trinidad, se construyó La Lonja, se amplió la Catedral para unir con su nave principal la torre y la sala capitular-después del Santo Cáliz- y en el urbanismo, se abrió la calle del Trenc (“roto”) en la muralla árabe para incorporar los espacios de la plaza del mercado, se amplió la calle de Caballeros, de las Avellanas, y de San Vicente, la plaza de la Lonja y se despejaron espacios del entorno de la catedral. Pero también se constituyó la Taula de Canvis (el primer banco del reino) y una de las primeras imprentas de la península, siendo tal su crecimiento demográfico, que si en 1418 tenía 40.000 habitantes, en 1483, había alcanzado los 75.000 y era tal su receptividad, que siendo una ciudad gótica –término que entonces no se utilizaba- fue capaz de que en su espacio más importante, Paolo de San Leocadio y Francesco Pagano crearan las primeras obras renacentistas de la península decorando con ellas la Capilla Mayor de la Catedral. Si el siglo XV si fue el de nuestros escritores, pintores, arquitectos o papas (En las sucesivas promociones eclesiásticas de Alfonso de Borja, luego Calixto III, tuvo mucho que ver el rey Alfonso el Magnánimo) lo fue porque desde la autonomía económica y política del reino, se propició, de un lado, la arribada de numerosos influjos culturales, y de otro la ascendencia para posibilitar que las cosas fueran como felizmente alcanzaron a ser. Si bien es cierto que con anterioridad ya estaba constituido el imaginario colectivo de los valencianos, la riqueza de aquella centuria lo aumentó y con el curso de los tiempos se mantuvo, a pesar de todos los avatares, incluida la propia liquidación de la legislación foral. En el siglo XXI, el reto identitario no puede prescindir de la conciencia histórica. Ante la evidencia de la globalidad de la información, la vertebración que nos facilitan las infraestructuras y la economía común, necesita apoyarse en una conciencia colectiva para alcanzar un conveniente equilibrio emocional capaz de aguantar el chaparrón que se nos viene encima con la invasión de la sociedad del espectáculo; por lo tanto, todo esfuerzo que pretenda contribuir, como el que en este libro presentamos, a la información acerca de nosotros mismos, en aras de la cohesión y de la coherencia, deberá ser bien venido. |
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