Difundir y ordenar; una demanda cultural
 
Cultura y difusión son a veces conceptos maltrechos que algunos pretenden irreconciliables. No es así; y la prueba de ello es que hemos necesitado reeditar –como habíamos previsto- el anuario 2008, en una edición digamos que de verano, para las vacaciones. Nuevos anunciantes y un éxito como dicen los británicos de “diseminación”, al haberse prácticamente agotado la edición de enero.

A medida que este proyecto camina (qué proyecto, dirán: pues aquél que nos anima a seguir editando papeles de cultura con fórmulas de viabilidad cercanas al mercado puro y duro: venta de ejemplares y publicidad), decimos, que a medida que avanzamos queda patente y expuesto a la luz pública el mapa museístico de la Comunitat Valenciana, sobre todo a la hora de evaluar dos clasificaciones, a modo deportivo: el ranking de los museos que son y están y la lista también amplia de los museos que están pero que no son; y por otra parte el listado de aquellos responsables, normalmente políticos, que creen en “su” museo y aquellos otros que no terminan de creer, o por lo menos no lo tienen en el ámbito de su interés real.

Pero todos los museos son importantes, porque tras ellos existe una historia de recopilación, rehabilitación y conservación protagonizada por gentes normalmente anónimas. Que acreditaron sentido de permanencia. Como los comitentes de los retablos góticos o renacentistas que como máculas intrusas se cuelan de pronto en el perfil descriptivo de una pintura, como si fueran un pegote, pero que sin ellos tal vez no existiría ahora ese retablo que ennoblece un altar, la pared de un museo y desde luego el alma imperativa de una identidad local, corporativa o simplemente personal.

No obstante, comienza a ser urgente un esfuerzo en reorganizar el “corpus” museístico de la Comunitat Valenciana, desde el ámbito autonómico, estableciendo criterios de clasificación. Hay algunos museos de cuya naturaleza sólo tienen el nombre; otros son meras colecciones museográficas con un interés más que dudoso; algunos otros incluso del que sólo poseen el nombre porque sus depósitos están arrumbados en almacenes; otros son apenas insignificantes (dos casullas y un relicario no hacen un museo) y no hay pocos que están lejos del apoyo municipal correspondiente, de tal manera que cuando llamas a la puerta del responsable de cultura, sorprendido, recuerda efectivamente que en ese pueblo hay un museo…

Y sin embargo, el hecho de que sean más de 400 los museos que tienen el título de tales en la Comunitat Valenciana demuestra su calidad –o al menos su cantidad– artística y un viejo y renovado interés por conservar. Que ya es mucho.

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